Está claro que si hay algo más esperanzador después de una larga noche, es que al final la luz del sol nos devolverá la esperanza, la ilusión y sobre todo la normalidad.

Si tuviéramos que buscar una expresión y que ésta nos sirviera de paralelismo ante otras muchas situaciones, sin duda utilizaríamos “una luz al final del túnel”.

Una situación parecida es la que están viviendo nuestros hosteleros desde que se inició esta trágica situación que se ha denominado pandemia.

Hay que reconocer que desde el primer momento, en nuestro Gobierno la necedad marcó la totalidad de las medidas que tomaron desde que aparecieron los primeros afectados, los cuales se convirtieron días después en víctimas.

Las medidas brillaron por su ausencia, y aquellos grupos o partidos que propusieron algunas actuaciones de contención o prevención, fueron tildados de reaccionarios, xenófobos, o de crear un clima de terror muy contrario al que el propio Gobierno quería trasladarnos.

Para evitar dar respuestas, nombraron a Fernando Simón, un médico especialista en epidemias, nombrado por Rajoy, el encargado de realizar las ruedas de prensa y tenernos informados.

Eran los primeros días de febrero de 2020, cuando la información que llegaba de China era muy sesgada, y como en todos los países de órbita comunista, el obscurantismo presidía todas las aclaraciones.

Pasaron los días, y de aquella primera frase de Fernando Simón “a los sumo padeceremos 3 ó 4 muertes”, pasamos a una caterva de afectados, y con posterioridad de muertos.

Si a la necedad del Gobierno, añadimos la desinformación y negación de algunos medios de comunicación, el caos que se nos avecinaba, estaba servido.

En Italia, el primer país europeo que sufría con intensidad el virus, salió el corresponsal de la TVE, Lorenzo Milá diciendo que los casos eran los normales, incluso inferiores a los que todos los años producía la Gripe A. A las palabras de Milá, habría que sumar una legión de frases desafortunadas, las cuales no hicieron sino crear confusión entre la población. Hoy esos tertulianos de un signo político sesgado están callados, y la mayoría de ellos han borrado sus twists, sobre todo para que no les recuerden el ridículo que generaron.

En el colmo de la desfachatez, nuestra Consellera de Sanidad, Ana Barceló se desmarcó de la noticia de que unos 3000 seguidores del Valencia habían acudido a Milán a presenciar un partido de La Liga de Campeones, por que a ella “ no le gustaba el fútbol”, palabras textuales.

Y así llegamos a la primera semana de marzo cuando las U.V.I. de los hospitales comenzaban a desbordarse, y los muertos a llenar las cámaras de los tanatorios. Como colofón a esta cascada de desaciertos, el Gobierno permitió todas las manifestaciones promovidas el 8 de marzo “Día de la Mujer Trabajadora”, buscando una normalidad, que ni por asomo era la que se vivía en el diapasón diario de nuestras vidas. No olvidemos que además de permitir las manifestaciones del 8 de marzo, permitió todas las actividades multitudinarias, buscando así una coartada en caso de que la situación se desbordara, cosa que sucedió días después.

Con las muertes desbocadas, decidieron cerrar toda actividad “no esencial”, y así el 13 de marzo a las 20 horas se decretaron medidas para detener el virus, que se había vuelto ingobernable.

Las primeras medidas de índole laboral fue incorporar la figura de los ERTE, y la concesión de los créditos I.C.O.

La primera era una especie de paro momentáneo, por la que el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social se comprometía a pagar una parte proporcional de los sueldos, para que la gente no engordara las listas del paro. Pasado un año, todavía hay muchos trabajadores a la espera de cobrarlos.

Con la segunda medida, se buscaba cierta liquidez, y así afrontar los primeros pagos de impuestos, impuestos que nunca se conmutaron.

Así estuvimos durante 70 días hasta que poco a poco las Comunidades fueron abriendo las empresas y los negocios.

La hostelería levantó sus persianas, eso si, cumpliendo unas normas que limitaban los aforos, e imponían unas medidas higiénicas, las cuales intentaban evitar cualquier atisbo de resurgimiento de la pandemia.

Poco a poco los restaurantes comenzaron una buena normalidad, en la que los clientes fueron volviendo poco a poco. Aquellos que tenían terraza, disfrutaron de una situación mucho más ventajosa, pues con las mesas del exterior compensaban aquellas que no podían utilizar en su interior.

Parecía que volvíamos a la normalidad anterior al 13 de marzo, pero por desgracia no fue así, y pasadas las navidades, la sombra de los cierres se cernieron de nuevo sobre nuestra hostelería.

Una primera medida fue el cierre de los restaurantes a partir de las 18 horas, para que pasadas unas semanas, se determinó el cierre total, y un toque de queda a las 22 horas. Mientras que los comercios no esenciales cerraban sus puertas a las 18 h.

En un primer momento, se decretó un cierre total hasta el día 13 de febrero, el cual se prolongó hasta el 2 de marzo.

Y así ha sido hasta que esta semana se prevé que Ximo Puig decrete un levantamiento de medidas el próximo día 1 de marzo.

Una situación que se antoja idílica, pero que bajo mi punto de vista y opinión, no invita al optimismo.

Y hago esta reflexión pues durante los meses anteriores, las medidas y los controles de la pandemia en la Comunitat Valenciana han brillado por su ausencia si lo comparamos con otras comunidades que han seguido manteniendo abierta la hostelería, y el ejemplo más viable ha sido la Comunidad Madrileña, donde Isabel Ayuso, desde el primer momento pidió medidas mucho más estrictas, las cuales fueron rechazadas por el propio gobierno de la nación.

Esperemos que el próximo 1 de marzo volvamos a ver a toda la hostelería abierta, y que la tan necesitada “luz al final de túnel” sea algo común y corriente.

Pero esta vuelta a la normalidad no nos puede hacer olvidar la indefensión que han vivido nuestros hosteleros a lo largo de este año, que para muchos, le habrá parecido eterno.

Y esa dejadez que han vivido por parte de nuestro gobierno autonómico se ha traducido en las nulas ayudas que no han llegado, y lo peor, que no se esperan, dejándolos en la mayores de las indefensiones vividas desde el final de la Guerra Civil.

Deseamos que además de la normalidad, nuestra hostelería vuelva a lucir, porque sin ella nuestro turismo se queda cojo.

Nuestros restaurantes, nuestra gastronomía es fundamental para la llegada de turistas, pues sin ellos, la recuperación se nos antoja imposible, casi una tarea utópica, porque el futuro que espera a nuestra economía, no es nada halagüeña, ni esperanzadora.

Y no nos olvidemos porque sin saberlo, todos somos hosteleros. Siempre hay alguien cerca de nosotros que ha trabajado, o su negocio sobrevive gracias a ella, y al igual que en una fila interminable de fichas de dominó, si cae la primera, caerán todas, una detrás de otra.

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